Recuerdo que tenía unos nueve o
diez años, y mi madre, mi difunta abuela y yo, paseábamos por el mal.
Si bien, como era de costumbre,
subimos al segundo piso, al patio de comidas, y mi madre siempre ha sido algo
especial, según ella, y sólo utiliza ascensores y escaleras mecánicas. Nada que
incluya mover demasiado las piernas. Aunque yo odio usar ascensores, subimos
por la escalera mecánica, como de costumbre. Todo era normal, hasta que
llegamos al final de ella.
Mi madre y yo logramos subir,
pero cuando miro hacia atrás, el cordón del zapato de mi abuelita ¡estaba
atorado! , fue horrible. En ese momento me asuste demasiado, y traté de sacarlo con mis manos, mientras mi
abuelita, luchaba por sostenerse, a su edad, pero era casi imposible.
En un
grito casi desesperado, mi mama pidió ayuda, a toda esa gente morbosa que
estaba observando alrededor, y como era de suponerse, nadie hizo nada, más que
mirar. Entre
tanto luchar, logre sacar ese cordón, y la saque de ahí.
Desde ese día, ya no
puedo subir y bajar escaleras mecánicas, sin contar hasta cinco y respirar
profundo. Aprendí que si estoy en aprietos, pedir ayuda no está demás, pero
confío más en mi fuerza espiritual.
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